Quise traspasar la esquina que limitaba mi mundo y mi trayecto en bici cuando era no tan chica como para estar escondida de todo; y los escombros se levantaron frente a mí, dejándome una vez más acorralada, eternamente jóven y segura, a salvo del exterior.
Él apareció y me dijo que siempre fue mi culpa la poca vida que llevaba bajo los brazos, juntita al miedo.
Que yo llamé a quienes me sinchaban de las alas hacia abajo y ayudé tirándome con confianza hacia atrás.
Miro esa calle, los escombros, lo miro a él dudándolo por un segundo y vuelvo a escupir la culpa a otros.
Retrocedo unos pasos y me tiro al suelo a mirar mi angosto cielo.
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