SOBRE EL Y ALGUNO MÁS:
Éramos otras personas allá atrás en el galpón de la memoria,
cuando yo, con una excesiva incomodidad tímida
te dije que no me había animado nunca
darme un beso real con alguien. Yo no sabía nada de vos, vos no sabías
nada de mi… pero creíamos que ya hacía más juntadas de las que habían contadas
en realidad que nos habíamos dado la carta de presentación.
Fueron arriba de la casilla de guardavidas los primeros
besos que vos decías enseñarme, fueron arriba de la casilla de guardavidas,
pero en otra playa, los que creí hasta un fin de año que fueron los últimos que
tendría. De ahí en más habían palabras, era yo otra persona repito todos los
días, era yo en el misterio, cuando dejaba que la imaginación te creara y me
inventara tus pensamientos y razones.
Ahora, como si nada de esta incertidumbre vieja hubiera
existido, nos fuimos encontrando aleatoriamente… un día de casualidad, una semana para
sentirnos uno sólo, frenar de vuelta y más días casuales donde en cierto
momento pareciera que los dos nos enamoramos en unas cuantas miradas y unos
besos que ya no son los primeros, pero que nunca son los mismos.
Me fui dando cuenta que te podés enamorar por un día y que
no hay reglas que se cumplan honestamente. Yo no decía mentiras en los fogones,
yo no decía mentiras en los juegos ni en los valses que bailé. Me enamoré una
noche muchas veces… muchas veces de vos, otras veces de otros, sin que la
palabra saque el valor que realmente tuvieron para mí. Esas noches/días siempre
daban paso al arte, cuando me quedaba sola explotaba en palabras, colores…
palabras de colores… y para vos alguna melodía.
Luego se apagan y cada uno sigue
su vida, cuando ya no se puede vivir del recuerdo. ¿Hay algún patrón que se cumpla? Cuando
llegan las doce y salgo corriendo olvidando mi zapato… ¿siempre sucede que
cuando me buscan ya no me queda? En una semana, en un abrir y cerrar de ojos me
dirijo al reencuentro de mi amor de campamento, ese que está dibujado en
aquella hoja del suelo que se ve si saco la vista del cuaderno un poco más
adelante. ¿Puedo si quiero bailar descalza aunque esa zapatilla ya no me quede?
Yo espero sus ojos, que no son los tuyos cuando amanece y sus manos que no se
sienten como las tuyas y me erizan la piel. O su sonrisa, que definitivamente
no es la tuya, cuando bailamos, cuando me mira avergonzado, cuando me escucha y
cuando lo quiero. ¿Puedo apretar la magia? Que se quede ahí adentro mío y
sacarlo una o veinte veces más a bailar. Pero él también debería conocerme de
nuevo y alegrarse, con otra que al correr los segundos del reloj ya no es la
misma y que fue colgando y descolgando el abrigo del perchero en esta estación
confusa.
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